Varios factores confluyen para que el Encuentro entre dos personas sea esto, es decir, efectivamente un Encuentro, o no. Lo mismo ocurre en el ámbito psicoterapéutico, tanto paciente o consultante, cómo terapeuta u orientador interactúan imprimiéndole a la entrevista un signo peculiar, único e irreproducible. Para comprender el fenómeno del desencuentro o lo que en el título llamo fracaso analizaré desde el punto de vista de uno y otro, ya que en mi vida personal tengo ambas experiencias.
De relatos de diferentes personas, tanto amigos, parientes como pacientes, he ido registrando comentarios que me permiten hacer una síntesis de cómo vive un paciente el vínculo con su terapeuta en la primera entrevista, me he centrado en lo que las personas sienten y piensan.
La Actitud del Terapeuta: Falta de contacto visual – Los silencios – Las interpretaciones.
En general, no se tolera la falta de contacto visual con la persona, al respecto he oído el siguiente comentario frecuentemente: “no me miraba, solo escribía todo lo que yo decía”. Esta actitud lejos de permitirle al paciente el ir encontrándose, hará que se promuevan sentimientos de soledad, elevará su estado de ansiedad (¿será esto lo que se espera de mí?, ¿lo estaré haciendo bien?) y sólo le facilitará la promoción de una catarsis en el mejor de los casos, es decir, servirá sólo como descarga de la angustia que el conflicto por el cual consulta promueve.
Otro de los comentarios que he escuchado es: “se quedaba callada/o y yo no sabía qué decir”. El manejo del silencio en el vínculo terapéutico, además de ser una herramienta útil para que el paciente se conecte con su mundo interno y pueda producir elementos para elaborar, puede convertirse en el peor enemigo de la persona que consulta. No estamos habituados a estar en silencio, ya sea a solas o acompañados; por lo tanto, esta actitud además de ser novedosa para el paciente le genera un monto de ansiedad que muchas veces no puede controlar y entonces, pide que se le pregunte por algo, o se empieza a reír nerviosamente porque se angustia, a modo sólo de ejemplo, como expresión de algunas de las actitudes más frecuentes. Muchos terapeutas mantienen esta actitud con adolescentes, sin comprender que para lograr generar el vínculo terapéutico es necesario comprender el código generacional para facilitar el acercamiento y la promoción del encuentro del joven consigo mismo. Sí los jóvenes de hoy están inmersos en una subcultura clipesca, donde las imágenes y los sonidos se suceden en un vertiginosa continuidad, difícilmente acompañando desde el silencio se logre generar un clima que, sobre todo al comienzo del tratamiento, favorezca la introspección y el autoconocimiento.
Del mismo modo, uno de los comentarios que con mayor frecuencia me ha llegado es: “me dijo algo sobre lo que yo estaba diciendo que no entendí… algo de que cuando era chico yo deseaba… no entendí” A este tipo de intervenciones técnicamente se las conoce con el nombre de interpretación. Las interpretaciones son una herramienta riquísima para echar luz sobre los conflictos internos pero, como toda herramienta, debe ser utilizada apropiadamente, encontrando no sólo las palabras adecuadas sino también el momento en que la persona y el vínculo terapéutico están aconteciendo.
La Actitud del Paciente:
Es frecuente escuchar a amigos o parientes, cuando son depositarios de ciertas confesiones vivenciales recomendar pedir ayuda terapéutica: “anda al psicólogo”, “Yo conozco un terapeuta que te podría ayudar”, etc. Y allí va la persona a llamar al teléfono que le ofrecieron o que buscó con la esperanza inconsciente, por supuesto, de que el profesional sea un mago que con su varita mágica resuelva todos los problemas que lo aquejan ya mismo. Desde ya, esta actitud que nos hermana como especie, no es privativa de una persona, ni siquiera de un grupo de personas. Es la esperanza infantil que en muchos casos nos lleva ante nuestra primera entrevista, bienvenida sea dicha esperanza, al mismo tiempo que con la ayuda del terapeuta podemos ir dejándola de lado. Tomando conciencia de ella, podremos comprender que el profesional al que le estamos pidiendo ayuda es un ser humano como nosotros, que seguramente ha recorrido cierto camino antes y que por eso podrá extendernos su mano para ir avanzando por el camino del encuentro con nosotros mismos.
Otra de las dificultades con las que se encuentra el paciente es que no sabe de qué hablar, cuánto más sí acude a terapia porque se lo indico el médico o la pareja o los padres; por ejemplo. A este respecto pueden ocurrir varias cosas, a saber:
1º “No sé porque estoy aquí” al no haber sido una decisión consciente y libremente tomada, sino algo que fue acatado. La persona debería preguntarse: “¿Quiero estar aquí? ¿Por qué? Sí logra contestarse a estas preguntas, consciente y libremente sabrá cual es el camino a seguir.
2º “¡¿Cómo le voy a contar esto que siento?!
¡¿Cómo le voy a decir esto que pienso?!
¡¿Cómo le voy a contar esto que vivo en relación a mis padres?!
¡¿Cómo le voy a contar esto que vivo en relación a mi pareja?!
¡¿Cómo le voy a contar esto que vivo en relación a mis hijos?!
A este tipo de diálogo interno se lo conoce técnicamente como censura. Funciona en nosotros muchas veces, no sólo en este tipo de vínculo. Está relacionada con lo que la otra persona va a pensar de mí: le voy a parecer un idiota o seguramente pensará que soy un depravado, etc. etc. Solo hay un modo de poder superar estos sentimientos y es con la confianza. Confianza que yo siento me brinda la persona del psicólogo, pero mucho más importante aún es la confianza que yo pueda generarme internamente respecto de lo que siento como de lo que pienso; reconocer que no son productos censurables, sino el rico material que conforma mi ser interior, a través del cual puedo llegar a superar el conflicto motivo de la consulta.
3º Hay personas que sienten que no vale la pena ser escuchadas, insisto todo esto de manera inconsciente. Estas son las personas que se callan y angustian, generalmente están viviendo un estado depresivo por distintos motivos. Se torna difícil salir de su interioridad, porque una parte de su persona siente que no vale nada. Justamente es una parte de su persona, por lo tanto hay otra parte de su persona que hizo que llamara por teléfono, solicitara la entrevista y llegara puntualmente al lugar que se le indicó a la hora convenida. Y es a esta parte de sí misma a la que puede recurrir, ayudada por el profesional para que su psicoterapia eche a andar.
Tengo la esperanza de que estas reflexiones puedan ser de ayuda tanto a personas que consultan como a psicoterapeutas de distintas líneas teóricas. Me permito unas recomendaciones finales para todo aquel que decida comenzar un proceso terapéutico y es lo siguiente: simplemente, responderse a sí mismo las siguientes preguntas. Estoy convencida de que podría ser de ayuda para orientar el propio camino:
¿Qué me llevo de esta sesión?
¿Qué impresión me causa la persona del psicoterapeuta?
¿Sentí que se había creado una corriente cálida de afecto y entendimiento entre nosotros?
¿Me sentí escuchado o juzgado?
¿Me sentí comprendido o entendido?
¿Me sentí cómodo?
jueves, 25 de febrero de 2010
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