jueves, 25 de febrero de 2010

La Felicidad: compartiendo reflexiones desde distintos rincones de la historia

Muchas veces en nuestra vida nos preguntamos ¿Qué es la Felicidad? Y lejos de ser originales en la pregunta, podríamos decir que hay tantas respuestas como seres humanos. Sin embargo, algunas respuestas tienen cierto consenso, es decir son compartidas por muchas personas. De las respuestas más interesantes a esta pregunta, encontramos la que da Aristóteles (filósofo S. 384 A.C. – 322 A.C.), quien analiza los distintos géneros de vida en los que los seres humanos han creído encontrar la felicidad:
La primera respuesta es el placer, lo que todos de una u otra manera buscamos es placer, y muchas veces confundimos la felicidad con el simple bienestar inherente fundamentalmente a nuestros sentidos.
La segunda respuesta es los honores, que corresponden a la vida política.
La tercera respuesta es la riqueza.
Critica a la primera porque no vuelve al hombre autárquico, sino que crea dependencia del objeto de su deseo. A la segunda porque están más en quien los da, que en quien los recibe, podríamos agregar, pueden ser entregados o quitados arbitrariamente. Por último, nos dice que la riqueza tampoco es la felicidad porque es más un medio que un fin en sí mismo.
Un periodista realizó una entrevista a S. Freud en su exilio de Londres unos meses antes de su muerte. En el desarrollo de la charla le lanzó la que hoy podíamos entender como la pregunta del millón o la cuestión que pensaba que serviría como síntesis de su pensamiento: ¿qué variables serían las esenciales para llegar a ser una persona madura y con una buena salud psíquica? El propio entrevistador, influido quizás por estereotipos y prejuicios respecto al contertulio, reconoció que esperaba un denso y largo discurso del padre del psicoanálisis en el que sentara cátedra sobre la estructura de la psique y los principios fundamentales de la salud mental. Freud simplemente respondió con dos términos: Amar y trabajar.
“Trabajar”, habitualmente consideramos esta acción como algo inevitable, y sufriente. Casi sin darnos cuenta tenemos arraigado filogenéticamente la frase bíblica que dice: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y de esta manera olvidamos que es a través de nuestro quehacer que nos realizamos. Es un modo de conocer al otro saber a qué se dedica, eso sólo nos anoticia de sus intereses e inquietudes. Plasmamos nuestro ser en lo que realizamos y sobre todo en el modo en qué lo llevamos adelante. Manuel Artiles nos decía: “La libertad no consiste tanto en hacer lo que se ama, sino en amar lo que se hace”. Por lo tanto, cualquier tarea es el reflejo de nuestra persona, de nuestro modo de ser-en-el-mundo.
“Amar”, decir que es dar, decir que manifestamos nuestro amor hacia otros en nuestras acciones, es casi una verdad de Perogrullo. Es la actitud oblativa, silenciosa, la que nos conduce al desprendimiento generoso. Consistente en hacer por el otro, más allá de uno mismo. Esa es una tarea difícil, porque cuando analizamos profundamente este modo de vivirnos en relación a los demás y a las cosas, nos encontramos con el enorme placer que esto conlleva y es entonces cuando concluimos que no sólo lo hacemos por los otros, sino que en buena medida, porque al mismo tiempo nos gratifica y reconforta. Esto último, no le quita mérito, sino que es parte del “misterio del amor”. Tan importante como dar, es ser capaz de recibir el amor de otros. Ser abierto, receptivo muchas veces es vivido como signo de debilidad, mas, es parte de nuestro ser-humano el que seamos permeables a lo que los demás nos prodigan. En definitiva, el enriquecimiento se genera cuando fluye en ambos sentidos.
Un regalo desde el siglo V a.C.
Ejercicio amoroso basado en el Diálogo de Sócrates - Los tres filtros:
Verdad – Bondad – Utilidad

¿Sabes, Sócrates, lo que acabo de oír sobre uno de tus discípulos?
Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro. El primero es el de la Verdad ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
- Me acabo de enterar y…
- …o sea, que no sabes si es cierto. El segundo filtro es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?
- Todo lo contrario.
- Con que quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad, ¿me va a ser útil?
- No mucho.
- Si no es cierto, ni bueno, ni útil; ¿para qué contarlo?

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