Hay una observación que realizamos cotidianamente, sin que nos parezca extraño, vemos cómo nuestra sociedad occidental trata a los mayores. Basta viajar en un medio de transporte público para constatar que la gente que ocupa los asientos al ver a una persona mayor, mira para otro lado o peor aún inmediatamente los sorprende un sopor que hace que instantáneamente se queden dormidos. Peor aún es que, después de haber trabajado toda una vida, las jubilaciones disten mucho de ser la justa remuneración que les permita vivir con dignidad. Muchas veces, tenemos para con ellos actitudes hostiles, autoritarismo y maltrato; sea emocional o físico. En las familias ya no se les hace un lugar de respeto, sino que por muchos factores terminan en los modernos asilos, llamados geriátricos, en los cuales quedan al cuidado de extraños, perdiendo su grupo de pertenencia habitual y la mayoría de sus posesiones. Algunos de ellos olvidados definitivamente, otros recordados una vez por mes y los más afortunados (los menos) semanalmente visitados. No es la crueldad social el peor enemigo de un viejo/a, sino la indiferencia, la soledad progresiva a la que la vida natural los somete: lentamente sus seres más queridos, coetáneos, fallecen, ya sean éstos sus familiares o aquellos entrañables amigos con los que compartieron largas charlas y tantas vivencias. Las nuevas generaciones volcadas a vivir vertiginosamente en pos de bienes materiales, no se hacen del tiempo necesario para escucharlos, mucho menos para reconocer sus méritos y experiencias. Generalmente, tendemos a echar culpas afuera y gracias a los nuevos paradigmas sociales y científicos, son ellos los depositarios de nuestros fracasos y frustraciones. Difícilmente, nos encontremos reconociendo en vida lo mucho que hicieron por nosotros. Por supuesto que no fueron perfectos, pero esto no nos exculpa de convertirnos en una sociedad adoradora de la juventud eterna y detractora de la ancianidad. Somos tan exitistas como cultura que nos resulta importante no peinar canas, tener calvicie o arrugas. Ante los primeros signos del paso del tiempo, lo primero que hacemos es tomarnos el elixir moderno y recurrimos a un cirujano plástico para que borre de nuestro rostro arrugas en torno de nuestra boca con botox. Hacemos razonamientos que acallan nuestras conciencias, cómo por ejemplo: “Hay que cuidarse…el aspecto es importante, si no quedas fuera…” No cuidamos tanto nuestro cuerpo, en el buen sentido, como nuestra apariencia. Y entonces, ante la menor de las tentaciones sucumbimos a las grasas que tapan nuestras arterias, o a otro tipo de envejecimiento prematuro, pero como éste no se ve, seguimos adelante. Para este tipo de deterioro no hay cirugía estética que valga, por algo aumenta considerablemente la patología cardíaca en nuestra cultura. Sin embargo, el promedio de vida se extendió, lo cual no significa que al vivir más años mejoremos nuestra calidad de vida. Todo lo contrario y allí la población sexagenaria, septuagenaria, octogenaria ha aumentado considerablemente en los países más desarrollados tanto que la pirámide demográfica se ha invertido, esto quiere decir que hay menos nacimientos en proporción a la cantidad de mayores. Por esto se hace necesario y urgente que reflexionemos a este respecto como cultura y optimicemos nuestros recursos en función no sólo de los niños y jóvenes, sino que podamos reconsiderar nuestra actitud frente a ellos para poder encontrarnos con nuestros orígenes y así apropiarnos de nuestra verdadera identidad. Sin esta reconciliación generacional, que implica ser empático con nuestros viejos, o sea ponernos en su lugar por un momento, aceptándolo en sus aciertos y desaciertos; se nos dificultara la reconstrucción de la tan materialista y exitista cultura occidental.
'Llegar a viejo'
Si se llevasen el miedo,
y nos dejasen lo bailado
para enfrentar el presente...
Si se llegase entrenado
y con ánimo suficiente...
Y después de darlo todo
- en justa correspondencia -
todo estuviese pagado
y el carné de jubilado
abriese todas las puertas...
Quizá llegar a viejo
Sería más llevadero,
Más confortable,
Más duradero.
Si el ayer no se olvidase tan aprisa...
Si tuviesen más cuidado en donde pisan...
Si se viviese entre amigos
que al menos de vez en cuando
pasasen una pelota...
Si el cansancio y la derrota
no supiesen tan amargo...
Si fuesen poniendo luces
en el camino, a medida
que el corazón se acobarda...
y los ángeles de la guarda
diesen señales de vida...
Quizá llegar a viejo
Sería más razonable,
más apacible,
más transitable.
¡Ay, si la veteranía fuese un grado...!
Si no se llegase huérfano a ese trago...
Si tuviese más ventajas
y menos inconvenientes...
Si el alma se apasionase,
el cuerpo se alborotase,
y las piernas respondiesen...
Y del pedazo de cielo
reservado para cuando
toca entregar el equipo,
repartiesen anticipos
a los más necesitados...
Quizá llegar a viejo
sería todo un progreso,
un buen remate,
un final con beso.
En lugar de arrinconarlos en la historia,
convertidos en fantasmas con memoria...
Si no estuviese tan oscuro
a la vuelta de la esquina...
O simplemente si todos
entendiésemos que todos
llevamos un viejo encima.
Joan Manuel Serrat
jueves, 25 de febrero de 2010
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